Quería volver, de hecho ya estaba llegando.
Me acuerdo cuando mamá y yo siempre salíamos a una bonita plaza donde hallaban pequeños y acojedores puestos de alimentos.
Una linda mujer repartía sus caramelos rojos, verdes, rosas, amarillos, azules en pequeñas bolsas transparentes y los deseaba con tanta fuerza, ahora deseo aquel olor a dulzura y placer.
Un hombre gritaba con su delantal manchado de vísperas de pescado, su barba de tres o cuatro días hacía que tomara mal recuerdo de su aspecto y hasta añoraba aquel olor a ágrio y... ¿Salado?
Cómo olvidarme del puesto de las flores con aquella linda mujer de mediana edad con aquellos bucles castaños y aquel francés tan perfecto, la llamábamos Miss.Lumière de Fleur y aquella olor a rosas, claveles y margaritas la llevo dentro de mi corazón. Pero de lo que de verdad me acuerdo es de una chica joven, muy alta y con una melena dorada que parecía la deslizante arena de un desierto, un día me miró y me ofreció una flor.
Con una piruleta de fraise en una mano y cogida de la mano de mi madre por la otra, observé la Tour Eiffel mientras de fondo sonaba una bonita pero repetitiva canción tocada por una acordeón, la brisa fresca me rozaba la piel y me sentia libre, llena de poder y aunque solamente tuviera 6 años sabia el real sentido de la palabra felicidad.
París, ciudad del amor, sé que me despedí de ti con lágrimas, pero tú tendrás que recivirme con un abrazo.
Reír delante del Louvre, Notre Dame, Chanel.
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